Laia Shamirian Freelance Food Writer

Cómo perdí 25 kg en un año gracias a entender la importancia de lo que comía

Mi precioso cuerpo de piel morena está recogido en apenas 1 m y 50 cm y en él llegué a albergar 85 kg (no, no era de músculo). Desde 2016 no sólo perdí 25 kg sino que nunca más volví a subir de 63 kg (ni siquiera tras mudanzas o veranos copiosos). Sin angustias, sin dolores de cabeza, sin renunciar a un croissant o una pizza cuando me apetece. ¿Qué hizo posible el click para dejar de tener una relación tóxica con la comida? Entender la importancia que tenía lo que comía para mi salud.

Soy Laia Shamirian y esta es mi historia y la razón por la que hoy en día invierto parte de mi tiempo en trabajar como Educadora Nutricional.

Para poder comprender lo que nos impide adelgazar o mejor dicho, lo que nos impide sentirnos a gusto con el cuerpo que tenemos ahora mismo, debemos entender la dimensión emocional y espiritual de comer.

He conocido mujeres de mi estatura que habían llegado a pesar 120 kg. Al llegar a los 85 kg (que era mi extremo superior de gordura) rebosaban energía, actividad y amor propio. Seguían perteneciendo según la ciencia a Grado de Obesidad I, sin embargo, ya no eran las mismas. Habían hecho un profundo trabajo interior, habían decidido confiar en ellas mismas (en su capacidad de hacer las cosas diferentes, de encontrar las soluciones que necesitaban) y habían dejado de ver a la comida como un enemigo.

El peso, o el supuesto rango saludable (IMC), no era el que se suponía que debía ser en pro de evitar posibles enfermedades cardiovasculares. Pues bien, me apuesto lo que queráis que no será ninguna de ellas las que morirán de infarto en el hospital.

El día en que inicias un cambio de peso como este no le haces una promesa la báscula te la haces a ti misma: a partir de este momento voy a cuidarme mejor que nadie y que nunca. Un camino definitivo para dejar atrás el autorechazo y las acciones que sólo te llevaban a básicamente odiarte un poco más cada día.

No es ahora el momento de profundizar en toda la causística que lleva a una persona a no saber ni querer cuidar de sí misma, pero existe, y cuando identificamos que somos esa persona solo tenemos dos opciones: resignarnos o cambiar. Si estás en esta página es porqué estás o valoras el cambio. 

Algunas de las increíble formas en las que personalmente he llegado a odiarme y he actuado como tal las recojo a continuación con el único fin de que si te reconoces, sepas que puedes quererte más y mejor, y si necesitas ayuda para empezar a hacerlo, soy toda tuya.

 

Todas las formas de autodio (que me aplicaba a mí misma)

En nuestra sociedad la lista de formas de auto-odio, falta de cuidado y reproche sobre nuestro cuerpo son casi infinitas (por gran desgracia). A continuación, voy a enumerar algunas con las que yo me atormentaba desde los 10 años. 

Pesarme cada día (en la farmacia)

Recuerdo perfectamente cuando tenía unos 16 o 17 años, iba a la farmacia cada día a pesarme, por supuesto en ayunas y después de un buen paseo. Qué tortura señor de los cielos santos. Un día la máquina de la farmacia a la que iba cada día no funcionaba y me dirigí a la siguiente más cercana: allí pesaba 200 g más. Qué pesadez en el pecho me entró, no podía ser. Después de días a base de sandía, sin casi comer, cómo iba a pesar 200 gramazos más. Por supuesto, me pegaba los tickets de la farmacia en fila en el armario para verlos a diario y culparme por las diferencias que no eran de mi agrado.

Si pesar 200 g más os corta el aliento: no os peséis cada día. Hay mil millones de razones para aumentar 200 g (desde estreñimiento, retención de líquidos hasta un par de croissanes bien disfrutados) pero sólo una para que esa diferencia de peso nos haga sentir mal: no estamos teniendo una buena relación con la comida. Seguimos.

No comer

Básicamente un comportamiento anoréxico sin ningún control ni reconocimiento médico. Porque lamentablemente hay un margen muy amplio desde la gordita que no come hasta la persona al borde de la muerte de 37 kg, por lo que puedes estar rodeado perfectamente de personas que estén sufriendo este tipo de trastornos sin que nadie lo identifique.

En mi caso, mi hito de autoodio lo alcancé al pasar dos semanas en las que lo único que comí fueron dos bolsas de ensalada del supermercado a 50 céntimos (hace 14 años de esto). Pasar días enteros sin comer, o un día de bollería con chocolate y café y otro sin comer era bastante rutinario a mis 18 años en mi primer año universitario y viviendo independizada. 

Sólo por si os preocupa, hoy en día, mi capuccino con croissant de cereales buenísimamente entra perfectamente en una jornada llena de alimentos tan sanos como hummus, tomatitos de Sicilia, queso feta, huevos de código 0. El tema ayuno, requiere otros muchos posts, en los que me encantaría ahondar sobre virtudes y perspectiva óptima. La pista si te planteas ayunar es: ¿Si pesases igual o más después de ayunar, seguirías queriendo hacerlo? ¿Por qué?

Privarme constantemente en público

Nunca olvidaré con unos 16 años una tarde haciendo un trabajo en casa de una amiga. Éramos 3, Anita, Pepita y yo. Los nombres son inventados la situación totalmente real. 

Anita y yo teníamos sobrepeso. Anita también llevaba sus buenas rondas de NaturHouse, de pan de proteína y días de piña. Pepita, no sólo no tenía ni idea de lo que era sentir que todo lo que comías o querías comer te convertía a diario en alguien completamente desagradable para todo tu alrededor, incluido, y sobre todo para los chicos, por los que tú te morías durante 7 a 8 horas al día en clase. Además, Pepita era considerada una guapa al uso. Nunca engordaba, había desarrollado unos glúteos de mulata no se sabe muy bien de donde y era sencillamente preciosa (y lo sigue siendo, por supuesto). 

Así que cuando apareció la madre de Anita, y quiso hacer de buena anfitriona, preparó para merendar dos tostadas con nocilla a Pepita, bien, bien cargadas de nocilla, y a Anita y a mí nos trajo las últimas galletas dietéticas que habían comprado en el NaturHouse. ¿En serio? ¿Una persona adulta no se daba cuenta de lo que estaba haciendo? Es algo que me pregunto constantemente con cualquier profesor adulto de instituto. 

¿Eso quería decir que yo estaba super comprometida con mi proceso de cuidarme mejor, y que después de eso iba a comer mis verduras para cenar? No. Evidentemente al llegar a mi casa iba a devorar el 1/2 kg de helado vainilla cookies del supermercado por las ansías, la culpa y la oportunidad de comérmelo sin que nadie me viese, sin que nadie me juzgase. 

En fin, qué horror pensarlo ahora. Ahora no me veréis comer nocilla, pero si vamos a un café, por descontado compartiré un trozo de pastel con vosotros, si es que de verdad deseo comérmelo.

 

Dietas cetogénicas sin ni siquiera saber qué era una dieta cetogénica

La otra. Aquí ya había pasado los 20 años, pero no recuerdo exactamente, quizá tenía 21 o 22 años. 

Me apunté a la dieta que estaban haciendo unas amigas en la herboristería del barrio. Esto ocurría hace más de 10 años y resulta que se trataba básicamente de una dieta cetogénica a la que no llamaban cetogénica. Estas tienen mucha ciencia detrás y yo a nivel personal les veo mucho potencial en muchos sentidos. Sin embargo, es la última opción para cualquier persona que no tenga una relación sana con la comida. Y es que esta dieta se reduce a proteínas y grasas durante un período de tiempo considerable, con el gran contra, de que si un día tomas pan aumentas mucho de peso (y otros riesgos asociados). 

La dieta en sí tiene grandes ventajas a considerar para objetivos muy concretos y en personas que entiendan la dimensión de la misma. No era mi caso. Así que después de semanas de no tomar ni una fruta y de alimentarme a base de jamón york con vinagre (no sé de verdad cómo mi cuerpo sigue aquí, en pie y dándome tanto amor) un día comiendo pollo a l’as comí un poco de la piel. 

Nunca sabré seguro si fue por eso, pero al volver a pesarme había engordado y peor, mi otra amiga, que tampoco tenía la mejor de las relaciones con la comida, había adelgazado, aunque según ella el fin de semana anterior se hubiese comido una ración de patatas fritas.

La cuestión es que de verdad sólo había comido la piel del pollo, y la nutricionista, para más inri lo que hizo fue hacerme hincapié en: ¿Estás segura de que no has comido pan o fruta?  

No podía ser verdad dios mío de los cielos. Yo, nieta de un cordobés que le echaba pan hasta la sopa, que llevaba al menos 3 semanas sin ni siquiera oler el pan, ¿me estaba preguntando de verdad si había comido pan? Cómo imaginaréis una dieta con restricciones de este calibre y sin ningún conocimiento ni comprensión real de porqué se dan esas restricciones puede accidentarte a 200 km/h hacia la frustración.

Y entonces, todo cambió.

Aunque si pusiese empeño seguramente encontraría más ejemplos para agrandar la lista anterior, por fin, puedo pasar a contaros la parte en la que todo cambia.  Fue entorno a los 23 – 24 años, e intervinieron varios factores pero los más determinantes fueron: hacerme vegetariana, acabar la carrera de biología y hacer un máster en nutrición.

Dieta vegetariana

En los inicios, fui la clásica vegetariana poco saludable. Sólo dejaba de comer carne y pescado porque los animales me daban pena. Y debido a que anteriormente tampoco había conocido lo que era una dieta  saludable mi primer salto al vegetarianismo se dio de forma abrupta y a base principalmente de pasta hervida. Entonces, ¿Por qué lo pongo como ejemplo positivo hacia el cambio?

Porque ser vegetariana me ayudó a poner atención en lo que comía y a respetar mi decisión por encima de reuniones sociales, peso o cualquier otra consideración. 

Ser vegetariana me hizo leer etiquetas, aprender muchísimo más de nutrición de lo había hecho hasta entonces (de dónde sacar el hierro, el calcio, las proteínas etc) y en las reuniones sociales, al hacerlo por «los animales» y no por mí, me resultaba mucho más fácil decir no

Esto fue un gran entrenamiento. Hasta ese momento, si estaba haciendo alguna dieta de adelgazamiento pero era el cumpleaños de alguien, o navidad, o semana santa, o vacaciones de verano siempre había la misma réplica: «¿pero mujer, si es sólo un día, no vas a probarlo si quiera?» Pues mira señor o señora, no, ni lo voy a probar ni me insista más, porque tengo un objetivo y estoy respetando mi salud y mi realización personal por encima de unas cuantas calorías que quiere que ingiera porque sí (esta es la respuesta que nunca llegué a dar).

En cambio, ser vegetariana me conectaba a decir no desde una perspectiva mucho más profunda, para mí, en ese momento. Hacer algo por alguien o por una causa distinta a mí siempre me ha motivado mucho más que hacerlo por mí. Así que durante siete años entrené la satisfacción de respetar mis deseos gracias a un «tercero» para finalmente ser capaz de decir que no sólo por mí, mi deseo y mis objetivos, sin ninguna otra causa más allá que esa.

Educación Nutricional

Y aprender. Después de la conciencia sobre «¿Por qué como lo que como?» que me otorgó el vegetarianismo, conocí las bases fisiológicas de nuestro organismo (biología) y las cualidades de los nutrientes ( máster en nutrición) y mi relación con la comida cambió para siempre.

El día que me di cuenta fue una jornada en la que, después de hacer una entrega relacionada con las cantidades mínimas de minerales y proteínas que debíamos consumir, fui a comer a casa de mi tía.

Llegué y empecé a preparar la comida. Cuando nos sentamos a la mesa recuerdo decirle: «Dios mío, que no me lo acabo, que no puedo comer tanto y esto sólo es la mitad del hierro y proteína que necesito». Era una gran ensalada con lentejas, hoja verde y algo de arroz. La sensación tan gratificante de ver que podía disfrutar de comer platos riquísimos en grandes cantidades porque eso era exactamente lo que necesitaba mi cuerpo, me marcó para siempre. Y así nació el servicio de educadora nutricional que puedes reservar online aquí

Mis servicios como educadora nutricional

Gracias a entender todo el bien que le hacia a mi cuerpo comer los ingredientes adecuados (desde mejor descanso, satisfacción, ligereza, etc), trabajar muy profundamente mi auto-rechazo para convertirlo en: Y ahora, ¿Cómo me cuido mejor?, nunca he vuelto a subir de los 63 kg. Es cierto, tampoco llegué a bajar a los 57 kg que una vez fueron mi objetivo, pero cuando paso muchas semanas sin hacer deporte mi mente y mi cuerpo son la primera señal de alarma, disfruto de una ensalada de hoja verde, tomate, feta y semillas exactamente igual que de un capuccino y un croissant el domingo en mi café favorito, y cuando camino por la ciudad, de vez en cuando pienso: Pero querido cuerpo, ¿Cómo puedes seguir haciendo tanto bueno por mí con las cosas que te he hecho pasar en el pasado?

Y eso sí que puedo asegurar que es mi mejor indicador, por encima de IMC, BMI o % de grasa. Si crees que puedo ayudarte a transitar este recorrido (y acortarte los 4 años de grado, dos de máster y siete de vegetarianismo), por favor, házmelo saber porque estaré absolutamente encantada de hacerlo.

 

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