Chistorra... ¿Vegana?
Salchichas, hamburguesas, nuggets, chorizo o chistorra vegana. Hoy en día, no hay límites para la recreación de estos clásicos cárnicos. ¿Cómo lo consiguen? Con inventiva, con soja texturizada, tofu o tomate seco y un buen puñado de los condimentos clave: pimentón, pimienta, sal. Eso, siempre y cuando hablemos de las versiones caseras.
En las réplicas industriales, empiezan el juego en la misma pantalla y pasan a la siguiente añadiendo algo más de conservantes o suben tres niveles en una sola partida para llegar hasta las carnes artificiales de laboratorio. A estas últimas también se les llama carne de imitación, pero todo parece indicar que “la carne que no es carne, pero parece carne” no tiene cabida en la mesa. Fidedigna, una copia demasiado fiel a la carne como para que el comensal, que busca precisamente alejarse del sacrificio animal, la disfrute.
Pero retrocedamos un par de pantallas: las hamburguesas, los chorizos y las chistorras vegetales. No son carne sino reminiscencias de platos clásicos a base de carne. No contribuyen con su textura, su aroma o su sabor a engañar a nuestro cerebro para que piense que es carne, tan sólo buscan ser lo suficientemente parecidos para aliviar la nostalgia de un bocado que estuvo presente en nuestro pasado y que nunca más volvimos a probar. O eso creía yo hasta ahora.
Cuando allá por 2012 me transformé en ovolactovegetariana – siempre he sentido afecto por este término tan largo y borroso – dejé de tomar carne, pescado, los macarrones de mi madre, los canelones y el fricandó de mí, por aquel entonces, suegra.
Mi convicción era firme, no quería que mi existencia causase daño y, por ende, no iba a comer nada que provocase la muerte, con sufrimiento y sin respeto, de otro ser vivo. Lo que no evitó que echase tanto, tantísimo de menos los macarrones de mi madre, los canelones de mi suegra o el fuet acompañando un buen pan de Pagés con tomate. Cómo, en esa dimensión existencial, iba uno a renunciar a la posibilidad, de comprar un fuet vegetal, cortarlo en rodajas y compartirlo con todos, como si nada hubiese pasado, como si una nueva elección personal no hubiese convertido las reuniones familiares en un quebradero de cabeza, y en su lugar, tan sólo estuviésemos disfrutando juntos como siempre alrededor de la mesa.
Razón por la que cada vez que me vuelven a preguntar: ¿Por qué? ¿Por qué querría alguien tomar un puñado de soja seca y granulada, remojarla, añadirle condimentos y embutirla como un chorizo, o fuet? Yo siempre aludo a la nostalgia y al pertenecer, al que una decisión tan personal como es ser vegetariano no sea impedimento para seguir construyendo momentos memorables y recreando aquellos que una vez lo fueron. No me esperaba es que 10 años bastasen para cambiar de forma drástica el panorama, y mi respuesta.
Hoy en día, es mucho más fácil encontrar al menos una opción vegetariana en la mayoría de establecimiento. Hace cinco años, recuerdo perfectamente tener la opción de tomar un wrap vegetal, vegetal de verdad, sin atún, por 4 euros en un bar cualquiera de una gran avenida de Barcelona (no recuerdo el nombre). El hummus, el baba ganush o incluso el guacamole, son ahora aperitivos comunes en casi todas las cartas. El menú se ha vuelto más sencillo, las posibilidades de compartir y socializar, al menos en las ciudades capitales, parecen haber reducido la necesidad de recreaciones vegetales dando paso a una nueva razón para la existencia del chorizo vegano: la gula.
Así me lo confirman mis amigos. Iniciaron una dieta vegetariana en los últimos cinco o cuatro años y sienten que hamburguesas, salchichas y chorizos prefabricados son sólo eso, el fast food del vegano. Su conciencia sobre salud y nutrición, influenciada por haber compartido aula entre las clases de biología y haber madurado al son de reels y tiktok sobre nutrición, parece haberles dejado muy claro que no lo necesitan en su dieta en absoluto, que son únicamente una opción rápida, golosa, grasienta para los días que el cuerpo se lo pide. Esa nostalgia que envolvía para mí la recreación de una sobrasada o una tortilla de patatas vegana, parece haber quedado en un plano muy lejano. ¿Se está constituyendo una realidad en la que el vegetariano no es el otro sino sólo uno más?
No puedo afirmar con certeza. En mi caso, ocho años después de ser ovolactovegetariana, dejé el vegetarianismo, inicié una nueva conversación con la muerte, le di otra apreciación al dar en vida y con la vida, empecé a venerar lo efímero y volví a comer los macarrones de mi madre.
Este artículo forma parte de la categoría “Cultura Gastronómica“. En esta sección encontrarás reportajes y artículos que abarcan la dimensión gastronómica de la fe, la política y las costumbres del mundo entero.
Laia Shamirian Pulido escritora gastronómica, mestiza y viajera. Dice que puede encontrarse la fe entre macchiatos e injeras. Y que de no encontrarla, el comer y el beber, habrán merecido la pena igualmente.
¿Te gustaría ver este tipo de contenido en tu web? Contacta aquí.
¡No se han encontrado publicaciones!